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La economía del cambio: El debate entre tecno-escépticos y tecno-entusiastas

¿Qué se puede aprender de una empresa que pasó de no existir a valer casi 8 mil millones de dólares en dos años? David School, uno de los miembros del equipo inicial de Hopin, una start up europea que hizo ese recorrido, compartió recientemente en las redes sociales lo que descubrió en este nuevo marco que algunos economistas llaman de “hiper-crecimiento”. Dedicada a la organización de eventos (en línea, híbrido, de todo tipo), Hopin es la quintaescencia del crecimiento “en forma de palo de hockey”, y un buen ejemplo de la economía del cambio que se aceleró con la pandemia.

En economía de la innovación se hace alusión con frecuencia a la “curva J”: cuando se produce una invención disruptiva, el efecto tarda años o décadas en impactar masivamente en los mercados. Dos de los descubrimientos que dieron lugar a la expansión de 1920-1970, la electricidad y un motor eficiente de combustión interna, surgieron con pocos meses de diferencia en el año 1879. ¿En qué parte de esta curva “J” estamos ahora con relación a todos los avances de los últimos años? Dos de estas “tecnologías de propósito general” son la inteligencia artificial y las denominadas “ciencias de la vida” (biotecnología) que vienen teniendo un recorrido estelar.

Hay quienes creen que el despegue es inminente, o inclusive que ya comenzó. En un reporte para el MIT, titulado “El Boom de productividad que se viene”, Erik Brynjolfsson y Georgios Petropoulos sostuvieron que “la inteligencia artificial y otras tecnologías digitales fueron sorprendentemente lentas para mejorar el crecimiento económico. Pero eso está a punto de cambiar”. “Creemos que hay buenos motivos para pensar en un boom de productividad que superará al de los 90”, escribieron.

Los análisis en este tono se multiplicaron. Un informe de McKinsey describe cómo los cambios observados en los procesos laborales podrían duplicar la productividad.

Los números recientes están inclusive mostrando un repliegue de la tribu de los “tecno-escépticos”. Uno de los máximos exponentes de este grupo, el economista estadounidense Robert Gordon, cambió su parecer en 2021. El argumento tradicional de Gordon era que nos llenamos la boca hablando de “disrupción” y de “innovación”, pero en la práctica esto no se refleja tan claramente en los números de productividad de la economía global. De hecho, en los últimos 15 años en los EE.UU. (la cuna de todas las invenciones antes mencionadas) la economía promedia un muy bajo aumento anual de la productividad de 0,6%-0,7%, muy lejos del 3% anual promedio sostenido durante 50 años entre 1920 y 1970.

Pero ahora Gordon cambión de opinión. “El cambio hacia el trabajo remoto tuvo que mejorar la productividad porque estamos logrando el mismo nivel de output sin edificios de oficinas, ni horas de transporte y todos los bienes y servicios asociados a ello”, explicó Gordon tras la presentación de un estudio reciente. Su título: “El ascenso, la caída y el nuevo ascenso del crecimiento americano”.

Entre los economistas se trata de un debate pantanoso por las arduas dificultades de medición que se presentan. En el caso de la medición de la “nueva economía”, hay varios ingredientes que pueden llevar a un dolor de cabeza entre quienes calcular las cuentas nacionales: ¿Cómo estimar el tamaño real de la creciente porción de intangibles, de la inteligencia artificial, del cripto-mundo o de opciones más futuristas (pero no tan lejanas) como las transacciones en el metaverso o las tecnologías cuánticas?

El experto en estadísticas Ariel Coremberg sostiene: “La realidad es que todas las avenidas de cambio de 2021 llevan a un replanteo serio de las cuentas nacionales, no solo la de la digitalización”. ¿Ejemplos? El profesor de la UBA, de UdeSA y de UCEMA menciona las externalidades (muy subestimadas) del cambio climático, las modificaciones de hábitos de las nuevas formas de trabajo aceleradas con la pandemia –medimos muy mal el trabajo doméstico y el bienestar que genera el ocio- y la estimación de sectores más tradicionales: “Seguimos calculando al segmento de salud y de educación en base a los costos, y con la pandemia y el protagonismo que tuvieron todos tenemos la sensación de que hay una brecha grande con el valor real que aportan”, marca Coremberg.

A nivel global la discusión por las mediciones está que arde. En su libro “Capitalismo sin Capital”, los autores Jonathan Haskel y Stian Westlake argumentan que el ascenso irrefrenable de la economía de los intangibles está lejos de ser un problema acotado a las oficinas de estadísticas. Los intangibles –capacitación para nuevas tecnologías, estrategia, branding, lobby, etc.- son solo son difíciles de estimar, sino que tienen, desde un punto de vista económico, características muy distintas a las de los bienes tangibles, empezando porque son mucho más difíciles de vender en el mercado (no son un tractor que se puede adquirir de segunda mano, sino entes más a medida de cada empresa) y que generan más efectos derrame sobre toda la firma.

Para Brynjolfsson, si bien es cierto que la cantidad de “bienes gratuitos” (Facebook, Gmail, Wikipedia) está financiada de manera cruzada con publicidad, esta variable sola no llega a captar, ni por lejos, el valor real de las nuevas herramientas digitales. Para eso, viene realizando encuestas con miles de casos donde se le pregunta a la gente por cuánta plata aceptaría quedarse un mes sin una red social, o Wikipedia, o una aplicación. “Nuestras investigaciones sugieren que hubo un aumento significativo del bienestar que no es captado por las mediciones tradicionales de PBI o productividad”, afirma.

A pesar de la profunda crisis económica, la Argentina no es ajena este debate. Las nuevas particularidades del “hiper crecimiento” (incluida una nueva dinámica para el venture capital) sirven para entender la paradoja de que coexista una debacle macroeconómica que hizo que cerraran decenas de miles de Pymes y se fueran empresas multinacionales del país y, al mismo tiempo, emergieran nuevos unicornios (ya hay diez a nivel local, una de las cifras per capital más elevadas del mundo).

Entre tecno-escépticos (cada vez menos) y entusiastas (una tribu que gana adeptos), la economía del cambio llegó para quedarse.

Sebastián Campanario

Economista y periodista (UBA y TEA). Realizó seminarios de posgrado en Columbia University, FIU (Universidad de La Florida) y HyperIsland. Fue consultor de la CEPAL, del PNUD y prosecretario de redacción de Clarín, donde por varios años escribió la columna “Economía Insólita”. Actualmente publica artículos en La Nación sobre temas de economía no tradicional (los domingos) y creatividad e innovación (los sábados), y realiza... Ver más

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