¿Automáticos o autónomos?

En los años 50, cuando se iniciaba el auge de la robótica moderna, Isaac Asimov, en el contexto de una historia de ciencia ficción, utilizó el término “robótica” para definir esta tecnología de avanzada e imaginó tres leyes éticas que deberían regularla:

• Un robot no debe dañar a un ser humano ni, por su pasividad, dejar que un ser humano sufra daño.
• Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes entren en conflicto con la primera ley.
• Un robot debe proteger su propia existencia, siempre que esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley.

Las leyes de Asimov son especialmente interesantes porque nos obligan a reflexionar respecto de la diferencia entre automático y autónomo. Mientras que lo automático se refiere a acciones repetitivas y planificadas —casos en los que es mucho más obvio comprender la intervención humana que da una orden directa al robot—, la autonomía requiere que el artefacto en cuestión posea recursos tecnológicos suficientes como para realizar acciones por cuenta propia, a partir del procesamiento de la información que recibe. La intervención humana existe igual en estos casos, por supuesto, pero es más indirecta. Un ejemplo muy simple podría verse en una trapeadora robótica que recorre la superficie a limpiar a través de los movimientos repetitivos (automáticos) de sus cepillos, pero que, simultáneamente, mapea el suelo con sus sensores, que le permiten tomar decisiones (autónomas) cuando es necesario modificar el recorrido para evitar impactar con una pared. Y es en este último sentido que, en un nivel de complejidad mayor, el grado de autonomía podría llegar a tener implicancias éticas como las que imaginó Asimov.

¿Seremos dominados por los robots?

Quizá, pero esa distopía paranoica está más cerca, por ahora, de parecerse al escenario de una película de ciencia ficción. Por el momento, los robots están por todas partes, pero no son sino prolongaciones de lo humano bajo control, que permiten mejorar nuestra performance al reemplazarnos cuando el trabajo involucrado lo justifica en términos de esfuerzo y costo, pero también en caso de riesgos o precisión. Por ejemplo, podemos imaginar que, en este mismo momento, algún artefacto robótico está realizando soldaduras, ensamblando un automóvil, gestionando cajas para organizar un almacén de logística, limpiando el piso de una casa o atendiendo una cirugía de alta complejidad... Y todo al mismo tiempo que el Perseverance, un vehículo robótico fabricado por el JPL, explora la superficie marciana y envía información a la Tierra atravesando el espacio interplanetario. De allí que la robótica sea una realidad tan prometedora: nos permite, en muchas direcciones, extendernos más allá de nuestros límites.

¿Usuarios o desarrolladores?

La masificación del uso de robots está avanzando. Sin embargo, el impacto social todavía es difícil de cuantificar. Aunque las aspiradoras robots, por ejemplo, son una realidad muy concreta y cercana que muchos de nosotros ya hemos visto funcionar, aún no sabemos en qué medida estos artículos transformarán las rutinas diarias o nuestra manera de pensar la vida hogareña. ¿Cuán lejos estamos de la comercialización de robots que hagan todo tipo de trabajos domésticos, entregas de mercadería, servicios de transportez u otras actividades que actualmente son realizadas por seres humanos? Todo indica que la tecnología robótica será cada día más económica, segura, precisa y accesible. Y, justamente por ello, la popularización de la robótica nos interpela como sociedad: muy probablemente, quienes tengan la capacidad de desarrollar estas tecnologías estarán en franca ventaja frente a quienes, simplemente, dependan de ellas o, incluso, queden excluidos —por la aplicación de la robótica a trabajos que hoy realizan los humanos— del mercado laboral. Al respecto, se suele argumentar que no desaparecerán las oportunidades de empleo, sino que surgirán nuevos puestos… Aunque exigirán conocimientos y habilidades diferentes a las que se demandan hoy. Esto último es muy posible, en efecto, porque así ha sucedido en otras revoluciones tecnológicas. Pero los procesos de cambio generan crisis complejas, por lo que algunos países piensan en ello de forma estratégica alentando, desde las políticas educativas, a niños y a jóvenes para que se interesen en disciplinas tecnológicas y ciencias aplicadas desde muy pequeños. En este sentido, promover la enseñanza de la robótica en la educación básica tiene la intención de que las próximas generaciones tengan la oportunidad no solo de ser usuarias de robots, sino también creadoras y desarrolladoras de tecnologías innovadoras que serán demandadas por la sociedad del futuro.